Emilia Pardo Bazán: La madre naturaleza

 


Nos dice Federico Carlos Sainz de Robles en el prólogo a La madre naturaleza que algunos cuestionaron en su momento la necesidad de la segunda parte de Los pazos de Ulloa. Pero lo cierto es que perfectamente podrían haber editado las dos novelas juntas pues la continuidad y complementariedad es total.

Emilia Pardo Bazán en esta segunda parte cambia el tono. En la anterior nos presentó un mundo rural duro y brutal (como ya reseñé).  Los acontecimientos se suceden y a través de ellos descubrimos el mundo de los pazos gallegos.  En esta ocasión todo es más bucólico. La naturaleza (hermosa y amable) y el amor inocente entre los dos jóvenes hermanastros son los protagonistas. La prosa adquiere una belleza y una profundidad excepcional. Se indaga en los personajes, en su condición social y en sus pensamientos. Todo te hace indicar que lo que pretende mostrar Doña Emilia es que es una grandísima escritora inteligente y culta.

Perucho y Manuela están enamorados. Más él (mayor) que ella (quien todavía no ha sentido impulsos amatorios). Nosotros, desde el final de Los pazos de Ulloa, ya sabemos esto. Ellos no saben que son hermanos de mismo padre. Gabriel, hermano de la madre de ella, quiere casarse con su sobrina para situarla socialmente y cuidarla. Se siente obligado por el amor que tenía a su hermana. Pero al verla también se enamora de la joven.

Dicen que Doña Emilia quería enseñarnos que la naturaleza, sin conocimiento, no sabe de pecados. Y añado yo, nos quiere decir que en ocasiones como esta la religión es la única salida. Puede que por eso La madre naturaleza te deje al final un poco decepcionado. Lejos del álgido final de la primera parte, todo acaba ahora demasiado edulcorado. Quizás hubiera quedado bien un final más romántico con pistolas o espadas o puñales.

 

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