Alana S. Portero: La mala costumbre

 

Normalmente los fenómenos literarios actuales me decepcionan. Las expectativas que generan suelen ser contraproducentes en mi. Sin embargo, para esta primera novela de Alana S. Portero, mas bien se han quedado cortas. Y eso que, aupado por el mayor escepticismo posible (recomendaciones de todo tipo: familiares, compañeros de trabajo, mis blogs literarios habituales, prensa literaria que suelo seguir…), empecé su lectura armado de coraza, escudo y una pesada hacha.

Alana consigue muchas cosas con esta muy recomendable novela (y necesaria, como dicen aquí). La principal puede que sea el meterte en la piel de una persona que “sufre” disforia de género. Hace ya un año tuvimos una conversación (más o menos agria), sobre este tema en el trabajo. Mi posición, por aquel entonces, consistía en considerar el problema como un trastorno mental que merecía tratamiento siquiátrico.  Una de las personas con las que hablaba expuso el caso de un familiar, niña por aquel entonces, que quería ser niño y odiaba su condición sexual de nacimiento. Curiosamente, para alguien como yo que considera el método científico y, por tanto, la experiencia como el principal soporte del conocimiento, aquel hecho no consiguió cambiar mi forma de ver la disforia de género. Ha sido gracias, entre otras cosas (la vida enseña también), a novelas como esta, que mi visión ha cambiado radicalmente.

Pero no recomiendo esta novela por este (solo) motivo…

Alana nos describe una época que, por suerte, vamos dejando atrás. O, reconociendo que socialmente a duras penas lo hemos conseguido, nos muestra el mundo que debemos abandonar. Un mundo en el que la violencia de género se aceptaba sin tapujos, en el que la homofobia, el machismo, el racismo se enseñaban generación tras generación al ser la materia con la que se elaboraban chistes, se construían amistades y se organizaba la familia y la sociedad.  Un mundo que condenaba (y condena) a muchos a permanecer en su armario, ataúd de sus auténticas personalidades.

Y lo logra sin echar mano de tremendismos ni de afectaciones. Con la adecuada dosis de emotividad.


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