Juan Aparicio Belmonte: Pensilvania

Yo no sé lanzarme de cabeza a la piscina. A veces he soñado que era un tipo escultural, ateniense, e iba a la piscina del Club Náutico. Allí, como siempre, pero al revés, algunas chicas jóvenes de cuerpos también impresionantes luciendo bajo unos bikinis asombrosamente diseñados para volver loco a quienquiera que los mire, me observaban con discreción. La situación me llenaba de ansiedad. ¿Cómo iba a ducharme y después dejarme caer en el agua, o peor todavía, bajar por la escalerilla? Había que tirarse de cabeza...
Cuando ha caído en mis manos este libro de Juan Aparicio Belmonte, y reconozco que me atrapó el título, lo he empezado con curiosidad. La curiosidad ha dejado paso al interés y éste al entusiasmo. Y, la verdad, hay que ver lo bien que uno se lo lee. ¡A veces hasta te ríes!
Pero lo que más te agrada es cómo, a lo tonto, te vas enterando de la vida de este Juan que (tendrá algo que no será Aparicio Belmonte, claro) todo parece indicar, es el propio autor. Con virtuosismo nos llega hasta darnos las bases de cómo escribir una novela.
En esta larguísima carta de despedida a Rebecca, quien por un año fue madre adoptiva en Pensilvania del protagonista (cuando adolescente estuvo de intercambio), muerta reciente, se nos presenta como autor, abogado, estudiante universitario, profesor, viñetista, pareja, amigo...
Cierto que descubrir el tema de la novela parece un reto televisivo (pues esta epístola más bien es como una larga conversación con un colega), pero, arriesgando la apuesta, puede que, en el fondo, sea Dios,
Tengo un problema con Dios, con el Dios protestante, no con el Dios ateo de mis padres. Con dieciséis años conviví con una familia que me metió a Dios en vena y ya no he podido expulsarlo de mis glóbulos rojos ni de los blancos. Esta es mi única verdad y te la estoy contando, Eva, te la estoy tratando de contar. El silencio de Dios. El maldito silencio de Dios es mi conflicto.
No obstante, lo mejor de toda la novela es, en sí, la propia lectura. Me imagino que la mayor crítica puede residir en que toda la historia parece un ejercicio gimnástico, un trabajo de estilo, un largo ejemplo de profesor de escritura creativa,
Creo que allí me convertí en escritor, padecí un conflicto interior que me hizo ganar distancia con la realidad y aprendí a tener una mirada dura, fría, a veces irónica o sarcástica sobre lo que me sucede
hay que reconocer que lo hace muy bien Aparicio Belmonte, regalándonos varias lecciones
Cuanto más racional es quien recibe el relato mayor empaque literario necesita este para ejercer su influencia, porque los relatos solo funcionan si activan la fibra emocional y suspenden o dejan fuera el análisis del intelecto. Sin emoción el relato no es efectivo.
Y, como dije al principio, humor. Sin arrancar carcajadas, en varias ocasiones unas sonrisas y/o risas surgen.
Muy recomendable.


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