Ignacio Agustí: Mariona Rebull. La ceniza fue árbol 1.

 


Me adentro en un periodo muy especial de nuestra literatura. No es este el primer libro que me leo de esos años, claro. Algunos de ellos, que ya leí hace mucho, me los volveré a leer. Pero he tenido ganas de adelantarme algo en mi periplo y saltar a 1943, Mariona Rebull de Ignacio Agustí.

Agustí es un escritor olvidado. Vinculado originalmente a la Falange, ha sido una persona destacada de la cultura de postguerra: fundador del semanario Destino, director de El Español colaborador de diversas publicaciones y creador del Premio Nadal (Historia de la Literatura Española 6/2. Santos Sanz. Ariel).

Dice J.C. Mainer en Tramas, libros, nombres. Para entender la literatura española, 1944-2000:

La expulsión de la dulzura y la entronización de la crudeza fueron consignas muy discutidas en estos años en que se acuñó la palabra tremendismo (el inventor de la palabra fue el poeta Antonio de Zubiaurre y su divulgador, el crítico Rafael Vázquez Zamora). Digamos, de entrada, que la postguerra contribuyó a reconocer narrativamente la realidad, como si las penurias y los horrores vividos invitaran a alguna forma de complicidad explicativa. Muy pronto se empezó a edificar el sólido fortín de las novelas rosas (que eran, claro, una forma de evasión, pero también una forma de explicarse; hablo de Carmen de Icaza o de Rafael Pérez y Pérez) y más de uno volvió a leer las narraciones de Galdós (su centenario se celebró en 1943), a la vez que se seguían leyendo las de Pío Baroja. Pocas novedades de 1944 son tan explícitas respecto a ese mecanismo compensador de lectura como el relato de Ignacio Agustí Mariona Rebull, que inauguraba el ciclo La ceniza fue árbol.

Mariona Rebull es una novela histórica al uso. Está localizada en Barcelona a finales del XIX. Nos describe, junto a la historia de amor de Joaquín Rius y Mariona Rebull, el mundo burgués que el neo capitalismo creó en la Ciudad Condal.  Fue un gran éxito editorial. La reseña de Azorín (en la que aparece un anuncio de la primera convocatoria del Premio Nadal), que es mejor no leerla antes (pues destripa al completo la novela), quizás nos parezca exagerada:

Al fin tenemos un novelista: Ignacio Agustí.

¡Qué profunda impresión deja en el fondo de nuestro ser Mariona Rebull! ¡Con qué delicada gradación se ha ido desde el idilio de la niñez a los años trágicos de la plena juventud! Y, precisa leer con cuidado para saborear los diversos incidentes que están entretejidos en la novela: por ejemplo, las fiestas en un lugar próximo a Barcelona: el desfalco, en la fábrica de Rius, cometido por un joven empleado; el modo que tiene Joaquín de resolver este asunto enojoso: la querencia de la madre de Joaquín a su antigua casa; la manera de pedir la mano de Mariona a su padre. Todo un periodo de la historia de Barcelona ha entrado en nosotros. Y ha entrado con más fuerza, con más emoción, con caracteres más indelebles que en la verdadera historia. Y es porque la poesía vence a la realidad. Por fin, tenemos un novelista.

Pero, es verdad, Mariona Rebull sigue generando esas impresiones a los que la leemos. Agustí supo combinar perfectamente las personalidades de sus personajes en el contexto social, económico y político. Parece que hubiera vivido aquella época, aunque nació en 1913. Algo sacaría de su familia, especialmente de su padre, y de los padres de sus amigos, a quienes dedica la novela.

Sin duda Agustí fue una figura del régimen. Antes de la Guerra Civil escribía en catalán. El cambio de lengua lo debió separar de la cultura catalana que gente como Pla mantuvo en pie, a pesar de su afinidad también al régimen. Sin embargo, al leer Mariona Rebull he sentido que hay, disimulada, una especie de crítica a la situación por la que pasaba España. Una crítica muy sutil dado que es una figura cultural del mundo fascista.

Cuando Azorín destaca en su reseña la forma de resolver los problemas de Joaquín Rius, también pensamos en el trato a los sindicalistas. Aquella Barcelona de finales del siglo XIX estaba sometida a la dicotomía de las clases. Y, nosotros lo sabemos, como ya lo sabía Agustí, aquello se llevó muy mal. La sensación de mundo perdido y añorado que hay en la novela no es más que el reconocimiento de su desaparición como pérdida.

 

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