Silverio Lanza: Ni en la vida ni en la muerte

 


Yo no he estado nunca en uno de esos grandes y famosos cementerios de París o Londres. Pero me imagino que habrá un itinerario marcado o te darán un plano al entrar para seguir un recorrido por el que se llega a las tumbas principales. Tras leer esta novela corta de Juan Bautista Amorós (Silverio Lanza), he tenido la sensación de que los manuales de Historia de la Literatura son esos planos con itinerarios marcados que te llevan a donde suponen ellos que debes y/o quieres ir. La emoción al recorrerlos seguramente evitará que nos demos cuenta que pasamos de largo junto la lápida de un importante poeta, novelista, filósofo, escultor, cineasta, actor o político.

Si algún sicólogo interesado en las reacciones que la lectura producen en la fisonomía de los individuos hubiera estado tomando instantáneas de mi cara mientras leía Ni en la vida ni en la muerte, estoy convencido que el asombro, la maravilla, la sorpresa, el pasmo, la admiración serían algunos de los mohines o gestos registrados.

No es de extrañar que Silverio Lanza, heterónimo y narrador de la historia, sitúe los acontecimientos en Villaruin, población próxima a Granburgo (capital de la Atargea), en el siglo XX del cristianismo, durante la dominación de las llamadas razas cultas. Y lo digo por la manera tan moderna que tiene de contarnos esta historia.

Al principio, en lo que se podría considerar capítulos independientes se nos presenta los personajes principales de la historia. Pero no es una presentación al uso. Se trata de pequeños fragmentos que sirven para situar al personaje y sus circunstancias. Después se narra en La escena un pequeño cuadro sobre el cementerio de Villaruin a modo del sorbete que se nos ofrece en los banquetes antes del segundo plato. A continuación, pasa a La acción del drama, que está dividida en capítulos, y contiene los acontecimientos principales. Como vemos toda la estructura de la novela es totalmente diferente a lo que nos tienen acostumbrados los autores del momento.

Por otro lado, la crítica social y política está presente desde el primer momento. No solo el vocablo Villaruin, sino Atargea que corresponde a la ligera modificación de atarjea que significa caño por el que las aguas de una casa van al sumidero, desvelan la intención del autor por darle un sentido crítico a su obra. Después, durante todo el libro, con mayor o menor gracia, se recurre al humor para atacar a todo lo que considera Silverio Lanza atacable. El juez corrupto, las autoridades incompetentes, el cura enamorado, el mal llamado Inocente, caporal del pueblo del que parece que todo el mundo se aprovecha pero que hace lo que quiere, la joven guapa, pero no tonta que lucha por su independencia y acaba loca, son entrelazados con maestría y se nos hacen presentes individualmente. No contento con un final propio de otras novelas Silverio Lanza nos sorprende con un final tan inesperado que tenemos que volver a leerlo para creérnoslo.

Muy recomendable.  

 

 

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