Irene Vallejo: El infinito en un junco.



Irene Vallejo ha escrito uno de los libros de mayor éxito de no ficción. Como dicen en internet, El infinito en un junco es “el ensayo más aclamado de los últimos tiempos”. Yo lo he estado leyendo poco a poco durante bastante tiempo, porque este libro es para leerlo así, sin prisa, dejando que fluya. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 2020, siendo la quinta mujer que lo ha obtenido.

Este libro podría ser un manual de referencia sobre la historia del libro (incluido todo lo que le atañe: escritura, soporte, escritores, bibliotecas, copistas, vendedores, traductores y lectores). Se “limita” al mundo clásico. Es decir, hasta el fin del Imperio Romano. Teniendo en cuenta que la tesis doctoral de Irene Vallejo se titula Génesis y configuración del canon grecolatino en la antigüedad, cabe suponer que el contenido de este libro es una reelaboración de toda o parte de la documentación que le sirvió como bibliografía. Como no he podido leer la tesis, no lo puedo corroborar, pero me imagino que lo que ha hecho Irene ha sido eliminar todas las citas (que se suelen poner numeradas en el texto) y colocarlas al final del libro agrupadas por capítulos.

Pero no solo eso, también ha mezclado la descripción histórica con experiencias personales y hechos más o menos contemporáneos. Esto le ha permitido establecer relaciones entre el pasado y el presente al tiempo que ha envuelto todo el libro de una emotividad notable creando una encantadora complicidad entre todos los que amamos la lectura y los libros. Se convierte así su lectura en un agradable paseo por la historia cultural de “nuestro mundo”. Un paseo que nos descubre que la escritura y la historia fueron de la mano en los inicios de la civilización. Que leer y escribir, creativamente o con un afán histórico o científico, es un signo de inteligencia y nos ha permitido evolucionar y crecer como seres humanos.

Los libros nos han legado algunas ocurrencias de nuestros antepasados que no han envejecido del todo mal: la igualdad de los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, la intuición de que tal vez los niños estén mejor en la escuela que trabajando, la voluntad de usar —y mermar— el erario público para cuidar a los enfermos, los ancianos y los débiles. Todos estos inventos fueron hallazgos de los antiguos, esos que llamamos clásicos, y llegaron hasta nosotros por un camino incierto. Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido.

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