P. Fox: Personajes desesperados


 En estos momentos, en el, por mí visitado en numerosas ocasiones, Recomendatorio de La medicina de Tongoy, aparece en Primer Lugar de El cielo, Personajes desesperados de Paula Fox. La reseña escueta sobre el libro lo dice bien claro: “Si esto no es LITERATURA yo ya no sé”. No menos elogioso es el Prólogo de J. Franzen con el que empieza esta edición:

La primera vez que leí Personajes desesperados en 1991, me enamoré de la novela. Me pareció claramente superior a cualquier novela de los contemporáneos de Fox, como John Updike, Philip Roth y Saul Bellow. La encontré de una genialidad irrebatible.

[…]

Como el libro no es largo, y como ya lo he leído media docena de veces, ya vislumbro el momento en el que señalaré todas las frases como claves y fundamentales. Por supuesto, esta extraordinaria riqueza es testimonio del talento de Paula Fox. Apenas se encuentra en el libro una sola palabra que sea superflua o arbitraria. Un rigor y una densidad temática de tal magnitud no ocurren por casualidad y, no obstante, es casi imposible que un escritor los logre a la vez que se relaja lo suficiente para permitir que los personajes cobren vida; pero aquí está la novela, elevándose por encima de todas las otras obras de ficción realista estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.

Con estos antecedentes yo me la he leído dos veces antes de atreverme a escribir esta reseña. ¿Y qué puedo decir después de los dos comentarios que he copiado?

Personajes desesperados es un producto intelectual. Me explico. Toda la profundidad y calidad que Franzen elogia, como las mayúsculas que leemos en la reseña de La medicina de Tongoy, tienen su origen en que todo el texto exhala transcendencia. Desde el inicio eres consciente de que todo es simbólico. Hay una narración sencilla de hechos: a Sophie le muerde un gato, su marido propone ir a un hospital, se van a ver a unos amigos, el marido ha roto con el socio de bufete, el socio viene por la noche y se va con ella mientras el marido duerme, ella se va a ver a una amiga, ella recuerda un amante, ellos se van a su segunda vivienda, han entrado a robar, van finalmente al hospital, el marido la fuerza sexualmente, la deja en casa,  ella rompe con otra amiga, ella quiere contarle todo a su madre en una carta, el marido vuelve, el ex--socio llama, el libro acaba (vaya, ¡ha destripado todo el libro este estúpido!).  Lo cuento porque lo importante del libro no es la trama en sí misma (y no es tan sencillo ni es completo el supuesto “resumen” anterior), lo importante es su prosa, el cómo está escrito, lo que nos transmite.

Sophie y Otto son una pareja americana cultivada, de clase media. Él es abogado y ella traduce libros (franceses). No tienen hijos. Ella no tiene ganas de traducir. Él ha tenido desavenencias con su socio. El barrio en el que viven se está embruteciendo. Los amigos son otros personajes complejos, que viven en su propio mundo, en los que no se puede confiar. Ella recuerda una relación con un amante. No sabe qué hubiera pasado si no hubieran roto aquella relación. ¿Quién es el bueno en el conflicto laboral que ha hecho romper a su marido y al socio? ¿Por qué nadie la obliga a ir al hospital después de que la mano que el gato mordió se hinche y adquiera un mal aspecto? ¿Por qué se va a tomar unas copas con el socio de su marido mientras él duerme? ¿Por qué una relación sexual “forzada” es tan satisfactoria para ambos? ¿Por qué ella parece odiar de repente a su marido? ¿Por qué él lanza el tintero contra la pared? ¿Qué ocurre entre ambos cuando el libro acaba? ¿Qué han aprendido ellos? ¿Qué hemos aprendido nosotros?

Personajes desesperados es una novela que se rebela contra su propia perfección. Las preguntas que plantea son radicales y desagradables. ¿De qué sirve el significado —sobre todo el literario— en el rabioso mundo moderno? ¿Por qué molestarse en crear y mantener el orden si la civilización es tan brutal como la anarquía a la que se opone? ¿Por qué no estar rabiosos? ¿Por qué atormentarnos con libros? (Prólogo J. Franzen).

Este es un libro para tener en la mesilla de noche y releerlo de vez en cuando, como si te tomaras una tisana, como si hablaras con ese amigo con el que hace algún tiempo que no hablas.

 


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