B. Collado: El recelo del agua



Aunque uno se repite, leer poesía no es lo mío. ¡Qué difícil es leer poesía! 

En esta ocasión, además, me encuentro con la experiencia de leer poesía conociendo a la poetisa. Un contraste extraño. Compartí un curso con ella en el mismo IES. 

Bibiana es una mujer joven, vibrante, activa, alegre, que se toma su trabajo en serio y tiene la suerte de disfrutar con ello. Y al mismo tiempo es una poeta. El recelo del agua me ha acompañado desde aquel curso. Lo he ido ojeando en diferentes momentos. Y este fin de semana pasado me he sentado con él un par de ratos y me lo he leído desde el principio al final. Y digo esto porque es un poemario cuya lectura ha de ser así y no ir saltando de un poema a otro.

El recelo del agua está escrito por una mujer que, consciente de la necesidad de reivindicar el pasado de sus padres y abuelos, carga con la historia de sus familiares a sus espaldas y nos lo muestra con cierta tristeza y amargura. Con ello Bibiana parece que tenga más años (algo así como los que yo tengo) y que sus manos estén arrugadas y su sonrisa quebrada en un rictus de impotencia.  Pero, quizás, retratar ese mundo de posguerra, de emigración, de abandono de lo rural, de cuidados y preocupaciones entre abuelas, hijas y nietas, no admite otra manera. 

Entonces, que no se engañe nadie,
No eran felices sino jóvenes.

Una de las cosas que más me ha impactado ha sido la descripción de algunos momentos, algunas fotografías, que corresponden a momentos o fotografías que yo mismo tengo:

…un padre que sostiene a una hija
en brazos, sin soltar el puro
de la mano derecha.

El recuerdo de las manos de la madre. Las manos de mi madre no tenían el olor ácido de las naranjas, pero yo recuerdo cómo las cogía y me asombraba de su suavidad y de lo viejas que se me hacían, arrugadas y flacas, desgastadas por el paso del tiempo. En las manos uno observa cómo ha sido la vida de la persona. Mi madre me contaba cómo al acabar la guerra o durante la misma se miraban las manos de los presos o de las personas para saber si eran o no trabajadores. Las mujeres y los hombres que se han ganado la vida con sus manos lo muestran a simple vista. En el pasado las cosas fueron así.

No obstante, esa mirada a un pasado que fue duro, le hace, nos hace, o nos debería hacer, sentirnos felices por lo que tenemos; así, Bibiana cierra el poemario con un canto de agradecimiento, de gracias, pero no de olvido. 

Hoy decido que yo
debería ser feliz
porque mi vestido fue blanco,
porque no vi partirse
cayados contra las higueras
ni me herí las manos con las vides.

Bibiana Collado, de Burriana, consiguió un accésit del Premio Adonáis 2016 con este libro.

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