I. Turguéniev: Primer amor



La última semana de agosto se ha convertido en mi momento predilecto del año; de forma muy especial si la lluvia, además, hace acto de presencia ayudando a rebajar la temperatura y limpiar el ambiente (como ha ocurrido hace un par de días). La inminencia del reinicio del curso escolar hace que saboree cada día como el helado de hielo de fresa de la antigua marca Avidesa que tomaba cuando niño sentado en uno de los bancos de piedra que teníamos junto a la tienda esos días de calor extremo en los que tenías que comerte el helado a toda prisa si no querías acabar manchado por las gotas rosas que de él caían. Por la mañana hay zonas del jardín que el sol ya no toca con sus rayos hasta que está mucho más alto. Por la tarde, cuando sales a pasear por las montañas, en busca de una nueva cumbre a descubrir, la noche te asalta mientras retornas todavía aturdido por el deslumbrante paisaje que el ocaso, apenas unos minutos antes, te ha ofrecido. Las vacaciones del estío, como estas largas frases, se acaban en un punto y aparte.

Soy incapaz de encontrar el artículo o la página que recomendaba Primer amor de Turguéniev.  Lo cierto es que desde el inicio del verano tenía previsto leerlo. No recuerdo qué se decía en la reseña o recomendación, pero es obvio que fue lo suficientemente convincente.

Conviene leer las novelas del XIX porque nos enseñan de forma contundente y clara, cómo se narra clásicamente y cuáles son las diferencias con la narración más moderna (la que crearon los escritores revolucionarios del XX). 

Al inicio de Primer amor, Turguéniev reúne a tres amigos que se han prometido contar su primera experiencia amorosa. Ninguno de ellos es capaz de contar nada interesante porque sus primeras vivencias fueron tontas o carecen de cualquier interés, salvo Vladímir Petróvich.  Vladimir les dice que su historia sí que vale la pena contarse, tanto que, en vez de hacerlo allí, a viva voz, necesita ser escrita para que ningún detalle se escape y ser narrada en toda su extensión. Así, dan por finalizada la reunión y a continuación se nos ofrece su manuscrito.

Vladimir, de 16 años, hijo de una familia pudiente, se enamora de la hija de 21 años de una mujer, nueva vecina de su casa de veraneo, que tiene el título de princesa. Se trata de una princesa venida a menos, con serios problemas económicos. Su hija es una coqueta empedernida, que juega con todos aquellos que se dejan atrapar por sus encantos. Vladimir es uno de ellos, con la notable diferencia de sus pocos años. Su inexperiencia le somete a fuertes tensiones emotivas en una situación que en aquel momento le supera pues no comprende que el amor no es el único interés presente.

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