C. Martín Gaite: Entre visillos
Esta edición que tengo de Entre visillos lleva conmigo desde 1982.
Es un tomo de la Historia de la Literatura Española, una colección que salía
semanalmente con un fascículo y un libro. Hacer esa colección, conjuntamente
con otra llamada Historia Universal de la
Literatura, no fue idea mía. Yo tenía 13 años por aquel entonces; fue idea
de la menor de mis hermanas (tengo que hablar con ella sobre este asunto). Lo
cierto es que pensando ahora sobre aquella colección he recordado cómo íbamos cada
semana a un quiosco de la Plaza Elíptica de Gandía a recoger los libros.
Al principio eran libros y
fascículos, pero después, los de la tienda se quedaban los fascículos a la
espera de las tapas y cuando se completaba un tomo, nos lo daban perfectamente encuadernado.
Creo recordar que tras el primer tomo y la encuadernación que proponía la
editorial, ellos decidieron hacerlo de otra manera y el resultado fue mucho
mejor.
Era fascinante llegar a la
librería y echar un vistazo a los libros que comprábamos. Volumen a volumen, sus
títulos y los nombres de sus autores fueron ocupando un lugar en nuestras
estanterías y en mi memoria. Yo diría que son más los títulos de libros que
conozco por esas colecciones (y no he leído) que los que he leído y recuerdo.
Los tomos encuadernados de los
fascículos fueron mi mayor fuente de entretenimiento. Hojeaba los libros en
busca de capítulos o apartados que me llamaran la atención, de órdenes
cronológicos que situaban las obras en el contexto social e histórico, de
recuadros que hablaban de un libro o de un autor que en un momento tuvo
especial trascendencia. Aquello fue aprender por gusto. Nadie me obligaba a
ello. El interés nació porque sí. Quizás, para aquellos que busquen la causa última de todo, tenga que situar
en mi hermana y su decisión de hacer esas colecciones el origen de mi afición a
los libros. Pero si yo no hubiera sentido esa fuerza hacia los libros,
sencillamente hubiera esperado que mi hermana me comprara unas chucherías sin
prestar atención a aquellos objetos que ella adquiría y ahora, como un mediocre
escritor de memorias, solo recordaría la
ñoña esperanza de comer unas cocacolas
o unas gominolas cada día que
acompañaba a mi hermana a aquella tienda.
Gracias a esas colecciones los
nombres de los grandes autores llegaron a ser parte de mí: Proust, Tolstoi,
Dikens, Kafka, Borges, Mann, Darío, Machado, Alberti, Clarín, Galdós ...
Aquellas colecciones no empezaron, afortunadamente, por los primeros tiempos de
la Literatura Universal o Española, sino que se lanzaron a partir del siglo XIX
hasta cubrir gran parte de lo que llevábamos del siglo XX. Sin duda fue un
acierto, porque empezar a coleccionar textos religiosos o las primeras
creaciones en Castellano antiguo quizás hubiera sido poco atractivo.
La tercera colección que apareció
en mi vida me la encontraba en casa de mi hermana mediana, adonde solía ir a
comer para después volver al instituto. Eran unos libros azules, a mi juicio
bastante feos, de la misma editorial que las otras colecciones, Orbis, pero en
este caso de Premios Nobel. Aunque cada fascículo hablaba de todos los
laureados en un año, el libro que ofrecían era un libro del Nobel en
Literatura. Aquella colección la miraba con cierta distancia, sabedor que esos
libros no eran míos. Aunque obviamente mi hermana me dejaba coger el libro que
quisiera. De hecho me leí alguno de ellos; pero la sensación era muy distinta a
aquella que tuve cuando comprábamos las dos colecciones anteriores.
De aquellas colecciones yo he
guardado los libros verdes de Literatura Española. Los tomos sobre la Historia,
también verdes, se malograron en una de las normales inundaciones que sufríamos
en la Playa de Gandía, justo durante unos días que andábamos pintando la casa y
metimos los libros en cajas y los dejamos en la tienda que teníamos en la
planta baja de la finca en que vivíamos. Algunos de los tomos están todavía en
la última casa que tuvieron mis padres, inútiles en gran parte al estar algunas
de sus hojas pegadas entre sí.
Después, las otras colecciones
desaparecieron de mi vida y creo que también de la vida de mis hermanas. No es
que recuerde su pérdida como algo doloroso, pero de alguna forma
siento que aquella desaparición, como la pérdida de otras cosas más importantes
en la vida de un joven, me hicieron pensar que la vida consiste en llegar a ser
un huérfano de todo, observando cómo las cosas que te acompañan dejan de hacerlo o se
alejan de ti.
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