T. Adorno y M. Horkheimer: Dialéctica de la Ilustración
Adorno y Horkheimer escribieron
esta obra en 1944. Esa fecha es anecdótica porque la primera edición (Fragmentos
filosóficos) fue casera ya que sus
autores, según nos cuenta en la introducción Juan José Sánchez, temían no ser
comprendidos. El libro se volvió a editar en 1947 y en 1969, edición que se ha
tomado para esta traducción incluyendo las notas de las dos ediciones
anteriores.
Simplificando, la tesis que se
presenta es que el origen del fascismo y del holocausto está en la propia Ilustración. Y ello es así porque en el
fondo lo que promulga la Ilustración
es el dominio de la naturaleza mediante el uso de la razón y esta aparente
noble disposición ha acabado siendo el totalitarismo del dominio de la razón o
razón instrumental.
En cierta manera esta tesis me
incomoda porque, en mi caso, que suelo darle muchas vueltas a las cosas y me
gusta reflexionar sobre mi historia personal, creo que los errores más
importantes que he cometido en mi vida provienen de momentos en los que no he
tenido una actitud racional. Momentos
que a mí me gusta llamarlos de corazón
desbocado, porque en ellos los motivos sentimentales (viscerales) son los
que han dominado mi comportamiento. Digo esto para remarcar que la tesis del
libro no se ha de entender como algo sicológico individual, sino más bien como
una tesis social.
Al principio del libro he
encontrado un argumento interesante a favor del estudio de la Filosofía. Una de
las razones para que se estudie Filosofía en las escuelas es que aquellos que
dicen que cabe eliminarla porque el único pensamiento válido es el científico y
que lo otro es “charlatanería”, conseguirían que los estudiantes estuvieran en
manos de los charlatanes al no estar acostumbrados a analizar críticamente ese
tipo de razonamientos. No puedo estar más de acuerdo; incluso creo que por ese
mismo motivo se debería cursar, al menos en Bachillerato, una asignatura de Derecho o algo parecido en la que se leyeran las leyes fundamentales del Estado
y otras disposiciones más prosaicas como convocatorias de subvenciones,
concursos, oposiciones, etc.
No obstante el libro no se limita
a un mero diagnóstico de la situación de Occidente en la primera mitad del
siglo XX. Los autores quieren comprender qué es lo que ha hecho llegar a esa
situación para proponer una solución al problema. Para ello presentan las ideas
de Bacon, al que consideran el mayor heraldo de la Ilustración, de Kant, Fichte («cada hombre que trabaja tiene el
derecho de poseer» «una alimentación soportable por el cuerpo humano y en
cantidad suficiente para recobrar las fuerzas, una vestimenta adecuada, y una
morada sólida y sana») como impulsadores de la razón como dominio de la
naturaleza y fundamento del denominado humanismo burgués. Como cabe esperar se
adhieren al pensamiento de Marx y de Nietzsche que no son tan optimistas como
lo fueron los pensadores ilustrados y concluyen que el problema radica en la
pérdida por parte del pensamiento de la reflexión sobre sí mismo.
Como otras obras filosóficas del
siglo XX, recurren al análisis de obras literarias clásicas para ilustrar sus
ideas mediante una lectura original de las mismas. Así hay un par de excursos curiosos. Uno dedicado a la Odisea y el otro a Juliette y otras obras del Marqués de Sade. En estas lecturas se
indaga en cómo el principio de dominio de la razón ilustrado fija la estructura
social del trabajo y la posición social de la mujer.
Otro gran bloque que aparece en
el libro es el análisis de la Industria Cultural como una industria de masas.
Según su opinión, al convertirse la ilustración en un instrumento del dominio
del capital, la industria cultural cumple también una función de dominio. La industria cultural promueve la atrofia de
la imaginación. Se busca la rapidez, evitando que el espectador piense y aporte
algo en la visión global de la obra. La obra es un producto acabado en el que el
espectador es un ser pasivo. La industria se limita a repetir patrones de éxito
[Estoy seguro de que muchas de las reflexiones de Gaddis en Ágape se paga,
provienen de esta obra].
El libro contiene un bloque dedicado al antisemitismo que no
me ha interesado mucho. No porque no sea importante el tema, más bien por
cansancio. Creo que si encuentro el momento adecuado lo volveré a leer.
Finalmente hay una sección
titulada: Apuntes y esbozos, en los que se analizan diversos temas. Son textos
no muy largos que de alguna manera quieren ejemplificar lo que ha de ser la
filosofía, una actitud constante de reflexión sobre cualquier tema. Porque “para alcanzar la verdad siempre hace falta
cierta imaginación”.
Entre estos textos me ha llamado la atención este párrafo:
Entre los cuarenta y los cincuenta años se suele tener una extraña
experiencia. Es la de descubrir que la mayor parte de aquellos con los que
hemos crecido y con los que hemos seguido en contacto manifiestan síntomas de
disfunción en las costumbres y en la conciencia. Uno descuida el trabajo hasta
el punto de que su empresa se desmorona, otro destruye su matrimonio sin que la
mujer tenga culpa alguna, otro incurre en apropiaciones indebidas. Pero incluso
aquellos a los que no les suceden cosas decisivas presentan síntomas de
disgregación. La conversación con ellos se torna insípida, vacua.
Por la cuenta que me trae, estaré atento a estos efectos de
la edad en mi mismo.
Y por último:
“La filosofía no es síntesis, base o coronamiento de la ciencia, sino el
empeño en resistir a la sugestión, la decisión en favor de la libertad
intelectual y real”.
Leer esta obra ha sido un buen
ejercicio mental. No suelo leer ensayos ni textos filosóficos y quizás eso sea
un error, como lo es no leer poesía. Creo que tanto el ensayo filosófico como
la poesía comparten una característica: su comentario, con detenimiento, supone
generar un texto de la misma extensión que el texto original. Por eso me fuerzo
en acabar aquí esta reseña, seguir sería contraproducente porque una reseña ha
de ser un punto de partida y al mismo tiempo un punto final en el que el lector
da unas pinceladas de lo que ha supuesto para él leer esa obra.
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