H. Lee: Matar a un ruiseñor
Antes de leer este libro tenía gran
interés en leerlo. No sabría decir desde hace cuánto tiempo había estado en mí
este interés. Creo que debería sumergirme, con la ayuda de algún experto
“mentalista”, en los recuerdos de mi infancia o adolescencia para encontrar el
origen; seguramente en el visionado, supongo que en más de una ocasión, de la
famosa película. No es de extrañar pues
que, nada más acabar el libro, me hayan entrado ganas de verla de nuevo.
La lectura de Matar a un ruiseñor ha sido, en gran medida,
como la visita a ese mentalista al
que me refería anteriormente. De un casi olvidado pasado ha recuperado el
recuerdo de mis lecturas juveniles, esas que me convirtieron en el lector que
soy. Libros destinados a jóvenes, digamos para entendernos, todavía sanos mentalmente, a los que cuidaban
presentando personajes puros, arquetipos de virtudes, con un lenguaje comedido
y suficientemente culto, viviendo aventuras
creíbles, interesantes, más próximas a las historias de miedo y tensión
que al humor facilón que he encontrado en algunos libros más modernos que he
leído a mis hijos.
No recuerdo quién me compró esos
libros o me los regaló. Supongo que mis tías, o mis hermanas. Creo que no
fueron mis padres. La verdad es que da lo mismo. Lo único importante es que me
permitieron ser un individuo, empezar a ser una persona. Porque ahora soy
consciente de que cuando un libro te absorbe durante esos años en los que aún
eres un muchacho, su lectura, al
aislarte del mundo inmediato, te hace crecer, rodeado de un mundo nuevo,
al que tu imaginación te ha transportado, en el que tu alma, espíritu o mente,
como mejor os guste llamarlo, desarrolla las dimensiones ligadas a la
creatividad y a la formación artística que la vida cotidiana no favorece.
Matar a un ruiseñor es una lectura obligatoria en los EEUU. Es,
asombrosamente dicen algunos, un libro de éxito y se considera un clásico
moderno. Fue Premio Pulitzer en 1961. Harper Lee, su autora, es una de esas
artistas extrañas que se recuerdan por una única obra. Su originalidad, a mi
entender, radica en el punto de vista
desde donde se narra todo el libro: la mirada inocente de Scout, la hija del
virtuoso abogado Atticus Finch.
Scout, cuyo nombre real es Jean
Louise Finch, nos cuenta cómo la vida pasa para su hermano y ella en el pueblo
ficticio sureño Maycomb. Todo se ve desde el asombro y al mismo tiempo, ella se
esfuerza, con la ayuda de su hermano y de los adultos con los que convive, en
comprender cada una de sus vivencias. Con ello Harper Lee consigue tratar magistralmente
varios temas peliagudos: el racismo, la miseria, la violencia. Pero no solo es
ese punto de vista lo interesante del libro. Desde el inicio los dos hermanos y
su amigo Dill, un curioso chiquillo, ejemplo quizás de la problemática que
conlleva la familia moderna, están
obsesionados con “Boo” Radley, un ser extraño que no sale de su casa y del que
se cuentan cosas “atroces”. Un personaje que permanece en la sombra, en un
segundo plano aparente, y que sin embargo nos acompaña durante toda la obra
llegando a convertirse en un protagonista principal del libro.
El hecho central que va a sacudir
a la familia Finch y a todo Maycomb es el juicio al negro Tom Robinson por la
violación de una joven blanca, Mayella Ewell. El juicio, a pesar de estar sentenciado
de ante mano, dados los prejuicios raciales del lugar, permite a Atticus
lucirse y dejar memorables discursos de alabanza al sistema judicial
norteamericano:
…hay una cosa en este país ante la cual todos los hombres son creados
iguales; hay una institución humana que hace a un pobre el igual de un
Rockefeller, a un estúpido el igual de un Einstein, y al hombre ignorante, el
igual de un director de colegio. Esta institución, caballeros, es un tribunal.
Este discurso no aparece de este
modo en la película. Sin embargo, la escena en la que Atticus sale del juzgado
mientras sus hijos y los hombres de color permanecen en pie y en silencio en
señal de respeto no es menos memorable. El silencio, los silencios en las
escenas, tienen un papel importante en
la película. Es interesante ver también la película porque a pesar de que casi
no hay diferencias entre ambos productos, la película se nos ofrece como un buen complemento al dejar claras ciertas cosas desde el
principio. Me refiero de manera especial, al hecho de que Atticus es escogido
para desempeñar el papel de abogado defensor. Es decir, que no se trata de un
trabajo que él buscara adrede.
Como cabe esperar, a pesar de las
evidencias de la inocencia del acusado, la triste realidad se impone, Tom es
declarado culpable y la novela acaba
dramáticamente. Casi hasta demasiado dramáticamente.
Aunque el tiempo ha hecho que
algunas cosas de la película y del libro se puedan criticar socialmente, creo
que vale la pena leerlo y verla, no solo para aquellos nostálgicos que piensan
que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino para cualquiera que quiera
comprobar que el mundo cambia vertiginosamente
(y sin que tengamos garantía que lo haga a mejor).
Para concluir, invito a todos a
visitar ese lugar llamado Maycomb, donde concurren personas tan admirables como
Atticus Finch, hombres despreciables como Bob Ewell (el padre de Mayella) y
seres extraños como “Boo” Radley; en donde Harper Lee os hará vivir, junto a los
tres jóvenes Scout, Jem y Dill (que en cierto modo son envidiables), unos
momentos alegres, tensos y de gran trascendencia que os permitirán, además de
pasar un buen rato, reflexionar extensamente sobre este mundo y el sistema que
lo rige.
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