I. Martínez de Pisón: El día de mañana.
Premio de la Crítica en narrativa
castellana en 2011, esta novela es, a mi juicio, una muy buena novela y
recomendable.
Aunque no he leído otras novelas
de Martínez de Pisón, intuyo que no es casualidad que, ésta, esté bien escrita,
con una estructura lo suficientemente compleja y original para que no se la
pueda encasillar entre ese considerable número de novelas que surgieron hace
unos años que trataban de la Transición, o de los efectos de la Guerra Civil,
que buscaron el éxito comercial entre un supuesto público de edad suficiente
para haber vivido esa época, ya mítica, que miraban con melancolía y que
empezaba a apestar para aquellos que no teníamos esa edad, o que ni tan
siquiera habían nacido, y que ya estábamos cansado de las batallitas de
nuestros papás o tíos sobre un tiempo mejor. Creo que la crisis, en este caso,
hizo bien metiendo muchas de esas basuras bajo la alfombra.
El día de mañana se presenta como
un buen documental, al estilo de esos malos documentales americanos que hablan
de asesinatos o de hechos terribles, presentando los testimonios de un buen
puñado de personajes que mantuvieron alguna relación con el personaje central
de la novela, el malvado, el sacrificado, el pobre Justo Gil. Marín Tello,
Pascual Ortega, Pere Riera, Carmen Román, María Antonia Mir, Elvira Solé, Toni
Coll, Mateo Moreno, Eliseu Ruiz, Marc Jordana, Hilario Lazcano, Noel León y
Manel Pérez, nos cuentan sus vidas y qué contacto tuvieron con el buscavidas,
paradójicamente llamado Justo, que tras
llevar una vida de negocios chungos en pos del dinero necesario para cuidar a
una madre muy enferma y con la voluntad de acabar la vida junto a un amor casi
platónico, acaba siendo lo peor que se puede ser (socialmente,literariamente) en aquella época en la que todos esperaban la muerte del dictador [ya
que no parecía que se pudiese esperar ni hacer otra cosa]: delator de la
Social.
Este Justo Gil del que llegamos a
conocer todo a través de lo que nos cuentan, se va convirtiendo poco a poco en
un símbolo. Un símbolo quizás de todo nuestro país. Un país que se nos presenta
en ocasiones odioso, mezquino, y en otras próximo al amor maternal (dulce y
sereno) o al amor de los amantes (loco y brusco). Un país que parece buscar el
autocastigo a través de su comportamiento. Que saca el látigo para golpear
injustamente a veces, y como Cristo en el templo en otras.
Todo encaja y todo es lo
suficientemente verosímil para que seas consciente de que, al mismo tiempo que
se retrata una época (difícil, gris, ambigua), hay en marcha una
ficción sustentada por las emociones complejas que existen entre los
personajes. Emociones que te llegan a envolver y a hacerte sentir, convirtiendo
la novela en una obra literaria interesante y de calidad.
¿Quién te aseguraba que los
mismos tipos a los que enviábamos a incomunicados no fueran a ser nombrados el
día de mañana directores generales o ministros? Esta pregunta que se hace Mateo
Moreno justificándose en un momento dado, sintetiza el sentido del título. Y
puede que, además, sirva para ilustrar lo que somos los españoles.
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