El buscón. Quevedo. Oído.



Leer a Quevedo es un ejercicio intelectual considerable. Su dominio del lenguaje es increible. Lo normal es que te acompleje, sobretodo si eres un aficcionado a la escritura. Las descripciones son siempre especiales, inteligentes. Es sarcástico, crítico social y político, humorístico, innovador
(todavía hoy muestra esa innovación pues es obvio que esa riqueza con la que escribió ya no la utiliza nadie).

El buscón es una novela escrita para entretener, redonda, con final abierto sí, pero dejando claro qué es lo que el autor quiere transmitir. Lo normal es que al final el personaje hasta te llegue a caer mal, pues no hay manera que intente nada bueno. Ciertamente quiere la estabilidad que supone tener hacienda para dejar la picaresca, pero sus ardides cada vez te parecen más deshonestos.
Especialmente cuando al final quiere aparentar ser un hombre rico para casarse con una joven
de buena dote (véase el comentario sobre las mujeres del capítulo XX o Cap. VII del Libro Tercero).

En algún momento, las desgracias que le ocurren te hacen sentir pena de él, pero lo más interesante es cuando la comparación con otros depravados, peores que él, te hacen pensar que en el fondo no es más que un pobre desgraciado. Es algo parecido lo que logra Celine con su personaje del Viaje: la presentación de otros seres más mostruosos lo convierte por comparación en alguien casi con buen corazón.

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