A. Moravia: La romana



La romana (1947) es uno de los títulos que forma parte de mi mitología de libros personal. Esa a la que me he referido en otras ocasiones que estaba compuesta, entre otros, de los libros de la Historia de la Literatura Universal de Orbis. Alberto Moravia es un conocido escritor italiano. 

El libro nos habla de una joven, muy guapa, Adriana, que vive con su madre en la Roma fascista. Familia pobre, su madre, a los 16 años, la pone a trabajar de modelo para un pintor:

«Pero fíjese ¡qué pecho… qué caderas… fíjese en las piernas…! ¿Dónde encontraría usted un pecho, unas caderas, unas piernas como éstas?» Y mientras decía estas cosas me tocaba, como se hace con las bestias para atraer a los compradores en el mercado.

No obstante, su madre tiene unas expectativas mayores. Sin decirlo claramente, pero todo el mundo lo entiende, preferiría que se dedicase a la prostitución. No en el sentido actual que asociamos prostitución con drogas, explotación, trata de mujeres, etc. Si no en una forma de ganarse la vida mejor que el casarse; especialmente si una se casaba con un hombre pobre o un simple trabajador que nunca llegaría a nada. Adriana, por su parte, es una joven muy especial. Ingenua, confiada, comprensiva, nunca quiere hacer daño a nadie, cree en el amor y, por lo que es especialmente destacable, empatiza con todo el mundo. No solo se pone en su piel, además los comprende y perdona. 

…a todos los hombres les puede suceder matar y a todas las mujeres darse por dinero…

La primera parte del libro es una delicia. Narra desde el día en que posa para el pintor al que le lleva su madre, hasta que, una amiga, le obliga a tener relaciones sexuales (a cambio de dinero) con un miembro de la policía “secreta” del régimen. Esto acabará con la idea de casarse con un hombre trabajador y ser, sencillamente, una ama de casa dedicada a su cuidado y al de sus hijos. 

Seguía siendo la Adriana de cada día, con mi carácter, que por dinero llevaba hombres a casa, acompañaba a Gisella y hablaba de cosas sin importancia con su propia madre y con los demás. A veces se me hacía extraño ser tan distinta en la soledad de cuando estaba acompañada, en mis relaciones conmigo misma y con los demás. Pero no me hacía la ilusión de estar sola y experimentar sentimientos tan violentos y desesperados. Creía que por lo menos una vez al día todos debían sentir la propia vida reducirse a una situación de angustia inefable y absurda. Sólo que a los demás ese conocimiento no les producía ningún efecto visible. Salían después de sus casas como yo, e iban de un lado para otro representando sinceramente sus papeles que no tenían nada de sinceros. Y ese pensamiento me confirmaba en la convicción de que todos los hombres, sin excepción, son dignos de compasión, aunque no sea más que porque viven.

En la segunda parte vamos viendo cómo algunos hombres juegan un papel especial en su vida. Especialmente un joven estudiante, de familia rica, que juega a ser miembro de la resistencia política al tiempo que está lleno de dudas de su valía y de desconfianza del género humano. Ella se enamora perdidamente de él. Pero un delincuente violento y peligroso y el policía que se enamoró de ella en aquella ocasión, la van a colocar en el centro de un sistema planetario de equilibrio muy precario. 

La romana es un buen libro, una buena historia. Sin embargo le falta algo para ser una obra literaria notable. Posiblemente es la sensación de que no nos cuenta lo mejor. La voz que nos habla es la de una Adriana madura, alejada de aquellos tiempos, que los observa con una superioridad moral y personal importante. Pero a duras penas sabemos algo de esa nueva Adriana. La segunda parte pretende entretener más que describir la transformación de Adriana. Todo parece estar en contra de ella y la vida no quiere darle ninguna satisfacción. El drama que se cierne sobre todos los personajes la cambiará totalmente… ¿en quién se convirtió Adriana?

Comentarios

  1. Librazo, sin lugar a dudas. No obstante, me gustó menos que otras novelas del autor, como La campesina o la en apariencia más humilde Los indiferentes.

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