M. Enard: Brújula


Mathias Enard es un joven (1972) escritor francés que tiene un buen número de premios; el último, el Goncourt 2015, por esta novela: Brújula.

Brújula es un inmenso cóctel, todo él escrito con un estilo limpio pero tremendamente literario (en su tono). No puedes dejar de asombrarte ante el caudal incalculable de información con el que Enard te apabulla. Así que puedes sentir que estás ante una gran novela que a su vez es una enciclopedia actualizada sobre diversos temas, todos ellos aglutinados por el orientalismo desmesurado de sus dos protagonistas: Franz Ritter, un musicólogo enamorado, enfermo no solo físicamente, sino también de melancolía (quizás una de las enfermedades más necesarias para protagonizar una obra como esta); y Sarah, una estudiosa del mundo árabe (objeto del amor de Franz, ambiguo este paréntesis adrede), que defiende la tesis de la construcción simultánea del concepto de Oriente por parte de lo que nosotros llamamos oriente y occidente. [Esto me recuerda que hace tiempo leí o escuché una teoría más antigua que decía que una cosa es Oriente para nosotros los occidentales, creación nuestra a partir de nuestros grandes escritores viajeros, y otra el oriente real. Por tanto la teoría que aquí se presenta incluye como parte activa en esa creación a los propios ciudadanos (los influyentes, claro) que viven en los países que englobamos en el término abstracto Oriente].  

Franz rememora su vida con detalle desde que conoce a Sarah y se enamora de ella. Nos cuenta sus viajes y Enard localiza los acontecimientos en algunas ciudades clave en la conformación del Oriente-Occidente: Viena (y recuerdo El puente sobre el Drina, de Ivo Andrić por lo que representa), Estambul (y recuerdo las navidades que estuve allí, sus mezquitas, su mar, su gente), Teherán (y recuerdo las imágenes de guerra en los telediarios cuando Enard sería un mocoso y yo tenía unos tres años más, que debe ser la edad suficiente para empezar a ver los telediarios). Estas tres importantes ciudades son posiblemente las tres más representativas del Oriente-Occidente mostrado.[Los acontecimientos en la época de Jomeini me han llamado mucho la atención porque yo los recuerdo de una manera especial: generadores de contradicciones de un tiempo en el que el espíritu político estaba en manos de los manipuladores (como siempre está) de una manera demasiado efectiva]. [El llamamiento a la yihad durante la Primera Guerra Mundial también me ha resultado muy curioso]. [Los datos sobre músicos, escritores, historiadores, poetas, políticos, a excepción de la referencia a Omar Jayam por proximidad y alguna otra que quizás buscaré en un futuro, creo que pasarán como pasan los datos que te cuentan los guías cuando visitas una iglesia, una catedral, un monasterio o un museo].

O sea, seguramente, lector, -hipócrita lector-, si quieres leer esta novela, como  no seas una persona que disfruta conociendo curiosidades del mundo de la cultura, seguramente, digo, te aburrirás.  Incluso, si eres un enamorado de la cultura, pero como todo el mundo, tienes una capacidad limitada, te puedes llegar a cansar.  Me atrevo a decir también, que aunque tengas una buena dosis de pedantería (como la mía por ejemplo), puede que tengas que esforzarte un poco para acabar esta interesante lectura. No obstante, creo que si tienes tranquilidad y tiempo por delante, y mucha curiosidad, te puedes pasar unos cuantos meses leyéndola, y acudiendo a Internet a completar información y, como dice el propio autor en una entrevista, hasta escuchar las composiciones musicales que se mencionan durante toda la obra (en una lista en Spotify).

Solo quiero añadir, para acabar, que esta frase, sí, esta en concreto, no me ha gustado: “Extraños son los diálogos que se instauran en la geografía aleatoria de los cementerios, pensaba yo mientras me recogía ante Heinrich Heine el orientalista («¿Dónde estará el último descanso del paseante cansado, bajo las palmeras del Sur o los tilos del Rin?»; nada de eso: bajo los castaños de Montmartre), una lira, unas rosas, una mariposa de mármol, un rostro fino inclinado hacia delante, entre una familia Marchand y una dama Beucher, dos tumbas negras encuadrando el blanco inmaculado de Heine que las domina como un triste guardián”.


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