J-P. Didierlaurent: El lector del tren de las 6.27

Hoy, 21 de agosto, San Pío X, papa 257º de la Iglesia Católica, el destino ha querido que repitiese una acción que hacía mucho tiempo no había hecho.
 
Antes, cuando no tenía hijos, y mi mujer trabajaba hasta los sábados por la mañana, solía yo limpiar la casa los viernes por la tarde. Lo solía hacer con música, como lo hacíamos en el piso de estudiantes una vez al mes o quizás más de tarde en tarde en mis años universitarios.
 
Mi casa anterior no era muy grande y poner música en el comedor era suficiente para escucharla en cualquier habitación. Luego, cuando la modernidad del mundo lo permitió, cambié la música por escuchar libros (aunque esto me supuso usar auriculares).
 
Hoy, como he dicho más arriba, el destino me ha permitido repetir esa experiencia justo un día en el que la soledad  azarosa me ha proporcionado una mañana de viernes ideal para dejarme en manos de una amante.
 
Y eso es lo que he hecho gracias a la suerte de toparme con esta delicia de libro que casi me he escuchado dos veces mientras me dedicaba a las tareas domésticas de la manera más concienzuda que soy posible. Dejarme en manos de la lectura: mi más estimada amante.
 
Si yo tuviera que enamorar a alguien, le leería este libro una mañana soleada bajo la sombra de un árbol en un parque tranquilo. Sé que tendría que insistirle que esperara a completar la lectura. Pues ese inicio de personajes inverosímiles no te hace pensar que acabará encandilándote.
 
Es evidente que me ha encantado. Y eso a pesar  de que es un libro que me suena a otros libros que me han encantado con anterioridad. Me suena a Todos los nombres. Me suena a Una soledad demasiado ruidosa. Me suena a Seda. Es decir, me suena a aquellos libros que me han proporcionado la agradable sensación que te produce la lectura en los momentos en los que el libro elegido es un acierto.
 
 

Comentarios

Entradas populares